Mi padrastro me violó, sólo si lo cuento podré seguir con mi vida



Tres mujeres víctimas de abusos sexuales en su infancia cuentan a cara descubierta cómo es la vida tras una infancia rota: "Hay que hablar para que deje de ser tabú, contarlo cura"

Leila López tenía siete años cuando la violó su padrastro. Estaba haciendo los deberes, cuando ese hombre adulto, el padre de su hermana pequeña, entró en su habitación, la ató y abusó de ella. Ese día fue la primera de las muchas veces que le oyó esta amenaza: "Si lo cuentas, primero te quitaré a tu madre y luego te haré más daño a ti". De forma constante y brutal, siguió violándola hasta que cumplió los 17 años. Hoy, Leila tiene 34, y el verano pasado reunió el coraje suficiente para denunciar al hombre que le robó su infancia y le rompió la vida: "He tenido mucho miedo. Ahora, por fin, me siento más digna, más libre". Leila, Amalia y Verushka, cuyas vidas leerán en las siguientes líneas, han querido contar sus historias con nombres propios y dando la cara. Ya no tienen miedo, "hablar cura y ayuda a los demás, a romper este tabú".
"Contarlo es fundamental. Muchas víctimas pasan toda su vida en silencio. Callar durante tantos años les crea sentimientos de culpa y de vergüenza, emociones muy destructivas", explican Sonia Cortejarena y Beatriz Benavente, psicólogas de la Fundación RANA, asociación de ayuda a niños que sufren o han sufrido abusos sexuales. Hasta su programa de terapia llegó Leila hace siete meses, después de toda una vida sintiéndose "atada, aterrorizada". "Todo cambió en el momento en que empecé con RANA. Yo pensaba que esto sólo me ocurría a mí y conocer a otras personas que han pasado por lo mismo ha sido crucial, darme cuenta de que no estoy sola".
Sólo seis meses después de que su padrastro empezara a violarla, Leila, a sus siete años, se lo contó a su madre. La niña aprovechó una pelea del matrimonio para gritar las aberraciones que le hacía ese hombre cuando la luz se apagaba. Pero su madre, una mujer "deprimida y emocionalmente muy dependiente", no la creyó: "Él lo negó todo y ella me dijo que yo era la que le buscaba. Si hubiera querido, podría haber hecho algo, pero estaba ciega".

La infancia olvidada de Verushka

Verushka Bjerre empieza su historia al revés, a los 38 años. Esta mallorquina de abuela rusa, padre danés y madre francesa se levantó un día "harta de todo": "Me cansé de estar siempre enfadada con todo el mundo, de estar constantemente alerta, me pasaba la vida cabreada y saltando a la mínima". Acudió a una terapeuta y ésta le insinuó que la raíz de sus problemas podría estar en algún hombre de su entorno familiar. Preguntó a su madre y empezó a recordar lo que había borrado por completo de su memoria: "Era mi padre, él abusaba de mí". Su madre le confirmó que a los 12 años la mandó con los abuelos a estudiar a Francia sólo para alejarla de él, porque sospechaba que algo le pasaba: "Estaban separados y cada vez que me tocaba ir con él yo me ponía hecha una furia, pero ella creyó que me maltrataba".
Hay un recuerdo que Verushka ha tenido toda la vida, pero siempre pensó que esa noche su padre la confundió con un sueño: "Yo tendría unos cinco años, estábamos en la cama durmiendo juntos, él me tocó y yo empecé a gritar que me dejara". Ese fue el único que no borró, los demás, hasta los 16 años, los ha ido recordando gracias a la terapia: "Hasta yo he dudado de mí, pensé que me lo estaba imaginando". Esta fase, la de la duda, es lógica en los casos de pacientes que bloquean sus recuerdo. "Es más habitual de lo que pensamos, no es un caso aislado. Recuerdan gracias a la terapia y sólo entonces comprenden muchos aspectos de sus vidas", explica la psicóloga Benavente.

Las lágrimas de Amalia

Cuando, con 16 años, Amalia Hierro contó a su madre que su hermano mayor abusaba sexualmente de ella desde los cuatro, tuvo que escuchar esta respuesta: "Si lo has aguantado tantos años, la culpa es tuya, eso es que a ti te iba bien. Él necesitaba experimentar". Amalia, que ahora tiene 42, llora cuando lo recuerda. Las lágrimas salen en varias ocasiones durante esta entrevista, sin pudor, casi con orgullo: "Ahora lloro, antes no. Durante un montón de años contaba lo que me había pasado de una forma muy fría, como si nada. Desde que vengo a RANA me ha cambiado la vida. He dejado de culpabilizarme, aquí he aprendido a saber cómo soy". "Ahora lloro", repite entre lágrimas con una sonrisa.
Su hermano, el mayor de una familia de siete hijos de la que Amalia es la tercera, tenía cuatro años más que ella cuando empezó a abusar de ella por las noches. Los dos se orinaban en la cama, por eso la madre los puso a dormir juntos en el mismo colchón. Su padre, marinero, paraba poco por casa, un hogar en el que los malos tratos físicos eran "lo habitual": "Mis hermanos, mi madre, todos me pegaban, para mí era lo normal. Antes los palos eran de madera y se partían en la espalda".

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